Las personas usualmente piensan en una sexóloga como alguien que aparece en redes explicando temas de sexo explícito, dando indicaciones de cómo convertirte en el/la mejor amante, una persona de la cual no se sabe qué formación profesional tiene.
La verdad es que existen dos líneas para llegar a ser sexólogo: la educativa y la clínica. La primera la puede ejercer una persona con formación de maestro, enfermero o de coach, pero para la segunda es perentorio ser psicóloga(o) o médica(o), pues el trabajo consiste en intervenir la psiquis de quien tenga un problema con su salud sexual y esto requiere una responsabilidad mayúscula.
Soy psicóloga, especialista en salud sexual humana, tengo una carrera previa como enfermera quirúrgica, soy certificada como terapeuta individual y de pareja en el modelo de Terapia Breve Estratégica, es decir, soy sexóloga clínica.
En lo personal, soy mamá de tres hijos, dos chicos y una chica. Me dediqué a criarlos y a hacer de sus sueños y formación mi prioridad, hasta que decidí darle gestión a mi propio sueño sin dejar de amarlos. Tengo formación como bailarina, lo cual tiene mucho que ver con la autoconciencia corporal y el placer de sentir y expresar el cuerpo.
Haber recibido una educación restrictiva hacia la sexualidad me motivó siempre a leer, debatir e investigar desde lo biológico y lo conductual. Me apasiona viajar en modo “confesionario”, esto significa que a donde vaya me enfoco en recabar información sobre las dinámicas de pareja y sexuales de cada cultura, que nutran mi visión acerca de cómo funcionamos en nuestras relaciones de acuerdo con la información que hemos recibido en nuestro entorno.
La sexualidad es un tema inherente a la pareja, por consiguiente, no se puede reconstruir sanamente una relación con dificultades, si no trabajamos la sexualidad como dimensión afectiva, de contacto agradable y deseado, y de comunicación más allá de lo coital.
Tratar problemas de sexualidad y de pareja pueden ser dos de los tipos de terapia más difíciles que hay. El primero porque hace parte del fuero más íntimo de cada individuo y está además rodeado de tabúes y sentimientos de vergüenza con los que no sabemos lidiar.
El segundo porque es mediar para encontrar salidas entre dos puntos de vista, enmarcados en el amor, el desamor, el dolor, la mala comunicación, la confusión, etc.
La experiencia en los dos casos me permite crear un clima de confianza y un vínculo terapéutico propicio para encontrar el orden y la solución a la situación que incomoda.
Toda la comunidad hispana (migrante o no), residente en cualquier lugar del mundo, tiene acceso a mi consulta.
Entiendo su salud mental como una prioridad y consultar con un profesional que hable su lengua materna y que entienda su cultura hace que sea mucho más fácil exponer dudas, sentimientos y pensamientos relacionados con temas sensibles de pareja o salud sexual.
La formación como profesional de la salud desde la enfermería me ha brindado la información necesaria para conocer el funcionamiento del cuerpo y la anatomía. La formación como psicóloga me dio las herramientas para entender la conducta humana, sumado a esto, me ha dado la libertad de moverme no solo en las situaciones habituales de consulta de pareja y sexualidad, sino de ayudar y acompañar a pacientes que por una enfermedad han tenido que elaborar un proceso de reconexión con su cuerpo para la sexualidad disfrutada, más allá de su diagnóstico.
La calidez, el respeto por cada ser y la misma experiencia son los ingredientes necesarios para aislarme de juicios, preconcepciones y parcialidades y así enfocarme en el objetivo de cada uno de mis consultantes.
Esta frase resume el momento de mi vida en el que el caos me llevó por delante.
Siempre fui un ser humano dócil, comprensivo y patológicamente adaptable a situaciones con las que incluso no estaba de acuerdo o no me sentía a gusto. Aprendí a sentirme mejor acomodándome a los deseos de los demás, y no exponiendo ni defendiendo los míos. Asumir el riesgo de tomar mis decisiones y hacer realidad mis sueños llevaría la contraria a mis seres amados, pues hablar de sexualidad no estaba dentro de lo bien visto.
La sociedad nos transmite unos fuertes preceptos heredados por tradición acerca de lo que es la vida en pareja y la sexualidad. Mis estructuras mentales en ese sentido fueron construidas desde: “hasta que la muerte nos separe”, “la mujer es la que hace el hogar”, “entre menos incomodes mejor”, “la sexualidad es secundaria”, “eso no se toca o de eso no se habla”, “el valor de una mujer está en su virtud”, “los hombres siempre te buscan por sexo no por amistad”, etc.
Llegó un momento de mi vida en que estas ideas implantadas chocaban estruendosamente en mi cabeza, junto a las nuevas ideas de “una relación de pareja no puede ser apoyar el sueño de uno solo”, “no se trata de obedecer y callar para no incomodar”, “las decisiones no son unilaterales”, “mamá no es un ángel, es humana y se equivoca” y cuando las ideas chocan, viene el caos y luego el cambio.
Esta decisión me costó, literalmente, la vida como la conocí por 27 años, pero me enseñó que lograr sueños, eventualmente, está precedido por un gran caos y que asumirlo es la única forma de saber hasta dónde puedes llegar.
Los derroteros en mi carrera son dos: uno es servir desde mi conocimiento y experiencia personal a las personas que transitan situaciones de salud física y mental, que no les permiten disfrutar de una vida de pareja o sexual gratificante y constructiva. Y lo segundo es hablar de la sexología con la altura que se merece como ciencia de la salud.